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lunes, 3 de noviembre de 2014

¿Poder moral? ELIMPARCIAL.ES

"cuantas fechorías no se habrán cometido a lo largo de la historia, y aún de la democracia actual, invistiéndose con esa palabra."
"la “virtud de los incorruptos” me da pavor; esconde o denota, como nos enseñó Nietzsche, una voluntad de dominio totalitario" 
Que tengan cuidado en España con Podemos y sus trogloditas 
TRIBUNA
¿Poder moral?
Agapito Maestre
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Los sondeos electorales del CIS sitúan a Podemos, una fuerza política hasta ahora casi inexistente, muy por encima de los partidos políticos clásicos ya conocidos (IU, UPyD, Ciudadanos, Vox e incluso el PSOE). ¿Qué hacer?Es la pregunta más repetida por la gente sensata de este país. Javier Cámara, redactor jefe de este periódico, contesta: “Lo que nos queda es elegir entre los partidos de la corrupción o Podemos, es decir decantarse entre los de siempre o el desastre". Yo no sé qué decir ante este tipo de planteamientos, pero lo importante es decirlo. Sí, es la hora de la franqueza: todos conocemos el mal, lo sufrimos, pero nadie conoce el remedio. La corrupción política está por todas partes. También yo me cuento entre quienes consideran que hay dos modos absolutamente incompatibles de combatir la actual situación de nuestro ajado sistema democrático: política o revolución, política liberal o revolución moral, democracia imperfecta o poderes especiales.


Opto, naturalmente, por la política a secas, la política liberal y la democracia imperfecta, o sea, quiero soluciones negociadas, difíciles y, a veces, abocadas al fracaso. Rechazo la democracia como un absoluto y como proyecto sobre el futuro. Sigo apostando por la democracia como un procedimiento de convivencia civilizada. Apuesto, pues, por gastar la vida libremente sin esperar a que me la diseñen los “incorruptos” que nunca estuvieron en el poder. Nos dirán los catastrofistas de turno, siempre dispuestos a pactar con lo que venga aunque sea el demonio, que mi propuesta es más de lo mismo. Así es. “Esto” que propongo, ante lo mal que está todo, quizá sea más de lo mismo, pero no puedo renunciar a la política por una utópica revolución moral. Quiero que la política siga bajo el control de la vitalidad social de cada uno de los ciudadanos. No quiero que nadie mate esa vitalidad colectiva en nombre de una superior virtud moral representada por una vanguardia revolucionaria. Reivindico, pues, contra la corrupción una concepción política muy sencilla: dar solución a los problemas de acuerdo con las circunstancias. La política, sí, como quería Ortega es lo más superficial. La política es epidérmica o no es. La política es la piel de la vida. La piel buena, como la política, es la que mejor se adapta al cuerpo. Ahora, se trata de que la política, la piel de lo social, se adapte al cuerpo social para dar solución a la corrupción. Cualquier otra cosa, es un falso moralismo, la “virtud de los incorruptos” me da pavor; esconde o denota, como nos enseñó Nietzsche, una voluntad de dominio totalitario. Mientras buscamos una solución política al mal, es menester enfrentarse a un viejo y cruel remedio: la “moralidad de los incorruptos”. La palabra moral en boca de algunos da miedo: cuantas fechorías no se habrán cometido a lo largo de la historia, y aún de la democracia actual, invistiéndose con esa palabra. Es menester cuanto antes denunciar a ese fantasma que se ha instalado en la sociedad española: “Solo el poder moral puede salvarnos. Solo gente que no ha estado en el poder puede librarnos de la pesadilla de la corrupción.” Falso.
Aprendamos en cabeza ajena. No repitamos historias recientes de sociedades liberales que han muerto por la palabrería de salvadores morales. Polo Patriótico, Poder Popular, PoderDemos y cosas así han terminado con regímenes democráticos en pocos años. Quizá el caso más lamentable sea el de Venezuela.La mera apelación al poder moral oculta lo real: hacerse con el poder en nombre de la moralidad para acabar con la sociedad abierta, libre y susceptible de corrupción. Los incorruptibles son siempre los guardianes de la morgue de sociedades revolucionarias.

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