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lunes, 20 de enero de 2014

En el país hay una subcultura de malandros para quienes matar da prestigio y poder

Sorprende que salio en el Correo del Orinoco...

En el país hay una subcultura de malandros para quienes matar da prestigio y poder | Correo del Orinoco


El
psicólogo, director del Centro de Investigaciones Populares, teme que
esos grupos de muchachos entren en conexión unos con otros y se
conviertan en un poder. Asegura que no se puede intentar explicar la
violencia criminal solo con el argumento de la pobreza y la exclusión

La
discusión sobre la violencia criminal en Venezuela encuentra a
Alejandro Moreno en su oficina y con sus armas en la mano, listas para
ser desenfundadas. Armas que no son pistolas ni subametralladoras, sino
libros, ideas, estudios y razonamientos. Y en su oficina en Caracas,
este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y director del Centro de
Investigaciones Populares, dispara argumentos -en conversación con el
Correo del Orinoco- que pueden ser tan duros como proyectiles y que
tienen como blanco a la sociedad, el Gobierno y el Estado.

Moreno
alerta que las bandas de muchachos de no más de 25 años de edad se han
convertido en una subcultura de hombres dispuestos a matar porque matar
es poder y es un acto placentero para ellos.

Aun cuando considera
que se puede hablar de crímenes atroces, señala que el asesinato de la
actriz Mónica Spear y de su esposo, Thomas Berry, que ha levantado una
polvareda nacional e internacional, “no es de lo más atroces; más bien
es casi común”, porque los delincuentes “interfieren el desplazamiento
de un vehículo y disparan”. Eso “está sucediendo abundantemente”, y
según sus estimaciones, se volvió cotidiano desde hace cuatro o cinco
años; el año 2013 “ha sido muy abundante en esto, lo que me hace temer
que 2014 puede ser peor”.

Su preocupación es evidente al analizar
que “hemos entrado en una espiral de lo que yo llamo los crímenes sin
suficiente motivación. Hay crímenes con motivación banal: le dieron un
pisotón, sacó la pistola y disparó”. Es “una motivación banal y
perversa, porque por supuesto que ninguna motivación es justa en este
caso, pero hay los que no tienen motivación, y lo que estamos
descubriendo es que disparan y matan por matar”.

Con base en su
conocimiento, advierte que se está formando “un grupo humano, con su
propio mundo de vida, al margen de la forma de vida y del mundo de vida
de la sociedad”, ya que “desarrolla sus propios valores, desarrolla sus
propia manera de entender la realidad y de reaccionar ante ella, de
buscarse los bienes”. Maneras que están “completamente fuera de lo
aceptado en la convivencia social de la gente”.

Moreno ya lo había
enunciado en la investigación Y salimos a matar gente: “El delincuente
estructural ha convertido la violencia en su forma de vida, en una forma
de vida”. Pero en ese momento lo había analizado como un fenómeno de
los sujetos: “No se nos había presentado todavía como un fenómeno
grupal”.

Aclara
que son “grupos de panas”, que tienen “cierta jerarquía de prestigio”. Y
asegura que es una subcultura, entendida como “la manera que tiene un
grupo humano de habérselas con la humanidad”. Un grupo se comunica con
otro, “y tienen la misma forma de vivir la vida”.

Moreno precisa
que estos delincuentes violentos no son enfermos ni tienen daño cerebral
o psicológico de por sí, pero sí están en una subcultura y tienen
libertad de decisión. Va aún más allá: Esas personas “saben lo que
hacen, quieren lo que hacen y lo comparten todos. Todos tienen el mismo
punto de vista”. Por ahora, analiza, “son grupos aislados”, pero “en el
futuro pueden conectarse y se pueden convertir en un poder”.

A FUEGO LENTO

El
investigador sostiene que esa subcultura “se ha ido formando
lentamente”, debido -entre otras razones- a la práctica de la violencia
sin consecuencias “o con consecuencias banales”. Toma el ejemplo de la
banda que asesinó a Spear y a su esposo: cuerpos de seguridad dijeron
que la habían desintegrado varias veces, lo que Moreno critica porque
“una banda se la desintegra una sola vez si eres policía y si eres el
Estado”. El desorden “favorece que actúes libremente, jugando con los
distintos desórdenes”, reprocha.

“Cuando un acontecimiento social
como este se deja a su libre desarrollo, se desarrolla y se amplía”,
advierte, “y va captando a otros. Por eso es peligrosísimo”.

Todo
empieza por las prácticas: “atracas, en pequeños grupos o en conexión
con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te afirmas en lo
que estás haciendo y te afirmas en la manera de entender y de pensar.
Empiezas a pensar que las cosas son así, que hay una forma natural de
hacer las cosas así; que es lícito, que es normal hacerlo”. Así se forma
“una mentalidad, una manera de ver que acaba por convertirse en una
subcultura. ‘Yo soy así’. De unos años para acá han empezado a jactarse.
Es más: pertenecer a esa cultura se convierte en un logro, se convierte
en motivo de orgullo”. Ahora es, no una postura individual, sino una
posición de grupo.

La vida humana merece, para la sociedad, un
gran respeto. No así para los integrantes de esta subcultura. Ser
malandro es “tener poder, y tener poder quiere decir tener todas las
jevas que yo quiera, tener todo el dinero que yo quiera, tener el
dominio de todos los que yo quiera”, describe. Los estudios de Moreno
revelan que la gran motivación de estos delincuentes es imponer el ser
respetados. “¿Cómo ven la vida? La vida como poder”.

-¿Y cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan?

-Si
tienes poder, la vida del otro está sometida a tu poder. En sentir que
tienes poder. Eso lo decía Alfredo, uno de los sujetos nuestros, y en
los otros también se nota eso como gran motivación: el tener poder.

-¿Eso los lleva a matar?

-Claro.
¿Qué mayor poder que ser dueño de la vida y de la muerte de otro? A uno
le cuesta mucho pensar que haya gente de esta manera, pero cuando se
convierte en una manera común de entender, y compartida, pues parece
normal. Y ni siquiera se plantean la pregunta.

-¿No hay conflicto ético?

-No.
Quizá al principio. Uno de los sujetos con los que trabajamos nos dijo:
“La primera noche, con el primero que yo maté, no dormí”. Pero más que
conflicto ético, es miedo, por la superstición de que “me va a salir el
muerto”.

Matar se convierte, para ellos, en algo normal. Moreno
cuenta que en la carretera vieja Petare-Guarenas, en diciembre pasado,
personas que esperaban el autobús fueron ametralladas. “Es matar a
cualquiera, es matar por matar. Es tremendamente preocupante y se está
convirtiendo en un valor en esa subcultura, porque da prestigio, porque
da poder y produce placer”.

LAS CAUSAS

El investigador es
muy crítico de la actuación del Gobierno y del Estado para atender este
fenómeno. Cita a uno de los muchachos que analizó en sus trabajos:
“Tenía 17 años (con cinco o seis asesinatos), cae preso con otro de 21
que tenía 13 muertos. A este lo llevan al Rodeo, a los tres meses sale.
El muchacho de 17 años se escapa del centro juvenil donde estaba
recluido y dice, tan tranquilo: ‘Seguimos matando gente”.

Hay,
acusa, “una impunidad que viene de la justicia”, hasta el punto de que
“los malandros han aprendido a tener un fondo de dinero para cuando
caigan presos”.

Su experiencia con algunos cuerpos policiales
cuando detienen a un malandro dista mucho de ser buena: “A una persona
le dan vuelta y vuelta hasta que pague. Los primeros que inventaron, a
mi parecer, el secuestro exprés son los policías, con el ruleteo para
que les paguen”.

A su juicio, “en todos los gobiernos hubo lenidad
y no hubo compromiso, pero en este gobierno no ha habido ninguno. En
estos años ha sido desastroso, por unas razones supuestamente teóricas:
Porque dicen que son víctimas de la sociedad, son pobrecitos, son del
pueblo. Pero yo creo que hay que saber distinguir; no se puede analizar
una realidad como esta con ligereza y sin una profundidad de análisis”.
No se trata de tener “una ideología de catecismo”, resume.

-¿No son víctimas de la sociedad?

-También,
pero eso es un factor más. Lo que hemos encontrado en nuestras
investigaciones es que no tiene nada que ver la pobreza de origen con su
conducta criminal, lo cual no quiere decir que la pobreza no sea un
ambiente en el cual se pueden fomentar ciertas cosas, porque establece
límites, cierra posibilidades; más que la pobreza personal, la pobreza
ambiental. Pero no hay una relación directa, porque si no, todos los
pobres serían malandros. Y desde el punto de vista ideológico, si tú
eres de izquierda y estás diciendo que es por la pobreza, estás acusando
a todos los pobres. La ideología ahí a veces juega al revés.

EL MODELAJE

Moreno
opina que también ha influido la relación entre Gobierno-oposición,
especialmente “por las autoridades de mayor prestigio” que “han atacado
de palabra, pero de una manera sumamente violenta, han mostrado
públicamente la violencia” con palabras y gestos. “La psicología social
nos ha enseñado muy bien que la mayoría de las conductas se aprenden por
el modelaje” y que “las personas de mayor prestigio: un futbolista, un
gran artista, un literato de importancia, un presidente, un gobernador,
son las que tienen mayor probabilidad de que sus conductas sean
reproducidas”.

Puntualiza, no obstante, que esta reproducción
“nunca es exacta” ni una copia al carbón, sino el resultado de un
procesamiento. “Si muestras que puedes agredir al otro sin ninguna
consecuencia”, enseñas que “eso se puede hacer”. El modelaje “facilita
la emisión de conductas, facilita el aprendizaje de conductas”.

-¿Y la violencia de la exclusión?

-Las
masas, que no son dirigentes o élites de los países, siempre han estado
excluidas, y en Venezuela han estado excluidas siempre, marginadas,
pero no había habido esta violencia. La exclusión hay que eliminarla por
justicia, por derechos humanos y por dignidad humana, pero si vas a
verla como fuente, como ambiente donde se da la violencia, puede ser,
pero no es así en todos los lugares. La India, por ejemplo, y el mismo
Haití, son ejemplo de ello. No se puede decir que haya una relación
directa; hay otros factores que son más determinantes.

Moreno
recuerda que en los años 80 del siglo XX “teníamos la tasa de homicidios
común, el promedio mundial”, pero ahora, según cifras oficiales, el
país cerró 2013 con una tasa oficial de 39 homicidios por cada 100 mil
habitantes.

-¿Hay un punto de inflexión?

-Los puntos de
inflexión son los momentos de desorden social, político y ético. Primer
momento: 1989, con El Caracazo. Después de El Caracazo inmediatamente
subió la tasa y se estabilizó. Otro momento: 1992, dos intentos de
golpe. Hay un desorden institucional en sentido general: institución
militar, institución política. Sube la tasa y se queda. Y luego, en
1998: ahí también hay un cambio completo, y sube.

El investigador
habla, también, de la “imposibilidad de las instituciones”, y recalca
que los jueces no tienen cómo atender tantos expedientes. “Es como una
culebra que se muerde la cola, es un círculo vicioso”. Estima, además,
que no hay una clara disposición del Gobierno “de tomar medidas en
serio”.

Es verdad, añade, que la violencia “implica a toda la
sociedad”, pero “cada uno hace lo que puede. La iglesia hace lo que
puede con educación”, pero hace falta “un Gobierno que establezca los
controles”. A su juicio, los planes implementados han fracasado. “¿Y voy
a creer yo en otro plan?”, se pregunta.

PROPUESTAS

-¿Qué haría usted ya?

-La
base para esto es algo que no se quiere hacer: distribuir el poder. No a
las comunas, que no son poder autónomo, ni los Consejos Comunales, que
no son poder. Me refiero a poder de la comunidad, poder autónomo de la
comunidad.

Asegura: “Si yo tengo una especie de alcalde en mi
barrio, con nombramiento y participación de toda la comunidad, con
conexión con el Estado y con apoyo del Estado” será una forma de
prevenir.

Un barrio “es una trama de relaciones”; allí el malandro
tiene una mujer, los primos, los hermanos, los amigos. Esos vínculos
sirven, por un lado, para ocultar, lo que “favorece la impunidad del
malandro”, pero por otro lado sirve para influir y cambiar su
personalidad, o encontrar formas “de neutralizar su acción”. La
distribución del poder, argumenta, hace más manejable esa trama. Moreno
cita los casos de Lima y de Bogotá, donde se crearon más municipios y
“bajó la violencia”. Esa, aclara, “no es la solución total”, pero
contribuye.

Igualmente incide la educación, que es eficaz como
herramienta preventiva pero que hay personas a quienes no las cambiará.
Se deben emprender acciones policiales, institucionales, pero “lo más
importante sería la reforma completa de la justicia”.

¿Cómo
desarticular la subcultura? “Eso requiere tiempo, y ahí es donde entra
la difusión de valores, pero valores no solamente enseñados, sino
practicados”, con la muestra de lo que es la otra sociedad. El problema,
acota, es que “la otra sociedad” debe ser apetecible para ellos. “Debe
ser apetecible para desarticular esa otra microsociedad, para que no
tenga éxito y se muera por sí misma”. Pero también se debe garantizar
que esa subcultura no tenga acceso a armas ni a drogas. “Es un trabajo
completo, pero no ejercido por los ciudadanos comunes y corrientes, sino
por el Estado”.

EL ROL DE LOS MEDIOS

El crimen
Spear-Berry puso en el tapete de nuevo la relación entre delincuencia y
medios de comunicación. Sobre este tema, Moreno subraya que “algo tiene
que influir”, pero precisa que una película violenta es vista como una
película por la población. “Cuando procesas la violencia, no en el marco
de la verdad, sino en el marco de la fantasía, se queda como fantasía
en la mayoría de la gente. Cuando algunos tienen tendencias, les influye
indudablemente. Uno sabe del malandro que ha ido a ver tres o cuatro
veces la misma película para ver cómo se dispara”.

Como
investigador, acota que se han hecho mucho estudios “y no se ha llegado a
ninguna conclusión clara”, aun cuando “siempre hay una sospecha”.

NO SON TANTOS PERO SU CAPACIDAD DE MUERTE “ES ASOMBROSA”

“Los
malandros realmente activos en un barrio generalmente no pasan de 5 o
6, 10 cuando mucho. En un barrio de 8 mil habitantes 10 personas no es
mucho. Es que la gente se cree que nosotros en Venezuela tenemos
infinidad de malandros. No es verdad. No son tantos los malandros. Lo
que pasa es que tienen una capacidad de muerte que es asombrosa. Tienen
las armas que quieren, no tienen consecuencias negativas porque hay
completa impunidad, tienen cómo moverse de un lado para otro. Tienen
todas las facilidades. El porcentaje de delincuentes asesinos que
nosotros tenemos no pasa del porcentaje de potenciales delincuentes de
este tipo que pueda haber en cualquier sociedad. Lo que pasa es que en
esas sociedades están controlados”.

“LA PENA DE MUERTE NO RESUELVE NADA”

Alejandro
Moreno está en contra de la pena de muerte pero sabe que esos vientos
soplan fuerte en una parte de la sociedad venezolana.

“Desgraciadamente
cuando suceden hechos como el de Mónica Spear y su esposo, si preguntas
si hay que poner la pena de muerte, más de 50% de los venezolanos te va
a responder que sí”.

-¿Por qué usted les diría que no?

-La
muerte de alguien nunca será justa. Además, no es necesario, para
evitar el daño que cause una persona, matarla. Las instituciones y las
sociedades modernas pueden tener medios para controlarlos. Si la persona
está convertida en un criminal que se formó como tal, eso requiere un
control especial, que puede ser la cárcel pero realmente cárceles.
Nuestras cárceles son el mundo donde la violencia tiene su asiento, su
difusión, su producción y su expansión.

La pena de muerte,
insiste, “es injusta, porque no hay derecho a matar a nadie, sobre todo
cuando se lo puede controlar”. Además, “la pena de muerte no resuelve
nada; de hecho, en los países donde hay pena de muerte no ha disminuido
la violencia, ni el eliminar la pena de muerte la ha aumentado, de
manera que la pena de muerte no es eficiente”.

Moreno enfatiza
que, por el contrario, la pena de muerte “puede servir para algo muy
malo”, que es “el descargar la venganza no solamente de aquellos que son
víctimas sino de la sociedad misma. La sociedad aprende que vengarse es
lo que tiene que hacer, que vengarse es lo bueno, y eso difunde más
violencia en el ánimo de la gran población, de la gran masa. La pena de
muerte es dañina para la sociedad”.

El investigador entiende que
esa sea la reacción, pero remarca que la pena de muerte no es lo justo.
Por el contrario, subraya que se necesita control por parte del Estado.

T/ Vanessa Davies
F/ Avelino Rodrigues






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