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viernes, 9 de marzo de 2012

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“Schadenfreude” en América Latina, el FMI y G20

Infolatam
Madrid, 8 marzo 2012
Por Luis Esteban G. Manrique

Schadenfreude es una de las pocas palabras alemanas que se han introducido en el uso cotidiano de otros idiomas porque define de un modo preciso un sentimiento complejo: la alegría -culpable o no- que se siente ante las desgracias ajenas. Hace poco, un artículo en el New York Times utilizaba el término para describir la sensación prevaleciente en muchos países latinoamericanos ante la riada de malas noticias provenientes de Europa.

Hasta hace no mucho, América Latina era asociada invariablemente con las crisis financieras, las protestas callejeras, las draconianas medidas de ajuste y los rescates del Fondo Monetario Internacional que ahora provienen casi siempre de los países europeos desarrollados. En contraste, la tasa de desempleo media latinoamericana ha caído al 6,8%, la más baja en 21 años, frente al 8,5% en EE UU y el 10% en la UE.

El año pasado, Panamá registró un crecimiento del 10,5%. En el tercer trimestre, Argentina llegó al 9,3%. Brasil ya es la sexta economía mundial, por delante de Reino Unido y Canadá, dos países miembros del G-8, y su tasa de paro está en el 4,7%, una cifra sin precedentes en la  historia brasileña. Según Veja, en enero se crearon 19 nuevos millonarios diarios en el país. El banco Itaú tiene hoy un valor en bolsa mayor que Goldman Sachs y Morgan Stanley juntos.

El vuelco ha sido tan brusco que el Fondo Monetario Internacional quiere que los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y los países exportadores de petróleo contribuyan con 300.000 millones de dólares a sus arcas con el fin de movilizar un billón de dólares para superar la crisis de la deuda soberana de Europa, que necesitará el 75% de esos fondos adicionales. El objetivo del FMI es lograr un acuerdo antes de la cumbre presidencial del G-20 en México, el próximo junio.

Los BRIC acumulan hoy reservas de divisas por valor de 4,45 billones de dólares, el 72% de las cuales pertenecen a China: 3,2 billones (54% del PIB). Brasil, por su parte, tiene 350.000 millones e India otros 320.000 millones. Hace solo unos años, habría sido difícil, sino imposible, imaginar al FMI y a los países europeos recurrir a China y a otras potencias emergentes para superar una crisis financiera. Pero desde 2008 el mundo ya no es el mismo. Los países industrializados ya no pueden prescindir de la ayuda del mundo emergente.

Antes de la plena integración de los BRIC en la economía global, un proceso que comenzó en los años ochenta, las economías desarrolladas representaban casi el 80% de la producción mundial. Hoy esa cifra ha bajado al 60% y sigue en trayectoria descendente. Al haber comenzado relativamente hace poco su camino al crecimiento, la probabilidad de que los emergentes puedan mantener ese rumbo es muy alta, sobre todo porque poseen varias herramientas para absorber choques externos, entre ellas enormes reservas de divisas, finanzas públicas saneadas y posiciones externas confortables.

La directora–gerente del FMI, Christine Lagarde, quiere, por ello, que ayuden a Europa a salir de su crisis, que si no se contiene, ha advertido, podría arrastrar a la economía mundial. Desde su llegada a la institución, Lagarde ha hecho del aumento de sus recursos uno de sus caballos de batalla, reconociendo que su actual capacidad crediticia no es suficiente para las necesidades potenciales de financiación de las “víctimas colaterales de la crisis”.

Dado que una nueva recesión en los países desarrollados podría provocar la desaceleración del resto del mundo, el ministro de Economía brasileño, Guido Mantega, anticipó la posibilidad de una ayuda de los BRIC a la zona euro a través de compras de bonos soberanos o un aumento de sus contribuciones al FMI. Pero es muy difícil que los grandes países emergentes vayan a ayudar a la UE sin contrapartidas específicas, como un mayor poder de voto en el FMI. EE UU y la UE son muy reticentes a hacer concesiones de carácter estratégico o geopolítico a cambio de dinero, especialmente si pueden afectar las políticas crediticias de las instituciones financieras multilaterales.

La posición que tomen los miembros latinoamericanos del G-20 (México, Brasil y Argentina) puede ser determinante para resolver ese impasse. México, que ocupa actualmente la presidencia rotatoria del G-20, ha planteado que si la zona euro pone su casa en orden, abogará para que los países emergentes aporten recursos para ayudar a Europa a través del FMI. Y lo más importante: sin exigir contrapartidas como la renegociación del sistema de cuotas y votos. Los nuevos fondos llegarían simplemente como contribuciones ordinarias.

México tendrá que convencer antes a Brasil y Argentina. No le será fácil. En su discurso ante la última Asamblea General de la ONU, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, se permitió dar lecciones a los países ricos: “En los mercados emergentes, la mayoría de los países han gestionado su economía con una competencia de la que podrían extraer lecciones provechosas los europeos y norteamericanos”. En la cumbre de Cannes del G-20, Rousseff dijo que no tener ninguna intención de invertir en la zona euro: “ Si los europeos no van a poner más recursos, ¿por qué debo hacerlo yo?”, preguntó.

Por su parte, la presidenta argentina, Cristina Fernández, ha criticado al FMI por insistir en aplicar a Grecia los mismos programas de ajuste que llevaron a la crisis a su país en los años noventa. Ningún país, dijo en una reunión de economistas del banco central, debe pagar más de lo que sus posibilidades económicas le permitan.

Desde que en 2006 saldó su deuda con el FMI (de 9.800 millones de dólares), Argentina no ha vuelto a recurrir a sus créditos, lo que le ha permitido evitar sus draconianas recetas de austeridad y mantener los subsidios a la energía y los alimentos, aumentar la demanda interna, sacar ocho millones de personas de la pobreza y generar un superávit fiscal.

Brasil y Argentina tienen recuerdos nada agradables de los programas de austeridad que les impusieron en los años ochenta y noventa los directores-gerentes franceses del FMI, Jacques de Larosiere y Michel Camdessus. Además, como otros países emergentes, creen que los créditos a Europa ya son excesivos.

En Internet, los bloggeros brasileños muestran su indignación ante la posibilidad de que países con una renta per capita muy inferior ayuden a sostener a los pesados Estados benefactores europeos. De hecho, Brasil no ha comprado deuda pública portuguesa porque por ley solo puede comprar bonos de países con calificación AAA. Brasil y Argentina coinciden también en la necesidad de avanzar aún más en la distribución del poder de voto en el FMI.

Sin embargo, antes de la reforma de 2006 esos cinco países europeos tenían el 10,4% de los votos del FMI mientras que los cinco grandes emergentes sólo tenían el 8,2%. Cada vez que se produce una reforma de votos y cuotas, hay ganadores y perdedores porque el aumento de los votos de un país significa la reducción de los votos de otro. El G-20 dio un paso importante en Seúl en noviembre de 2010 al trasladar un 6% de las cuotas –y, por tanto, un porcentaje de votos similar- de los países avanzados a los países en desarrollo.

Ese ajuste llevará a China desde la sexta a la tercera posición, quedando solo por detrás de EE UU y Japón en número de votos. Un nuevo reajuste del poder de voto en el board, podría hacer que sus propios creadores pierdan el control del FMI.


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